" Esteban Trueba no supo que la policía política vigilaba su casa hasta la noche que se llevaron a Alba. Estaba durmiendo y, por una casualidad, no había nadie oculto en el laberinto de los cuartos abandonados. Los culatazos contra la puerta de la casa sacaron al viejo del sueño con el nítido presentimiento de la fatalidad. Pero Alba había despertado antes, cuando oyó los frenazos de los automóviles, el ruido de los pasos, las órdenes a media voz, y comenzó a vestirse, porque no tuvo dudas que había llegado su hora.
En esos meses, el senador había aprendido que ni siquiera su limpia trayectoria de golpista era garantía contra el terror. Nunca se imaginó sin embargo, que vería irrumpir en su casa, al amparo del toque de queda, una docena de hombres sin uniformes, armados hasta los dientes, que lo sacaron de su casa sin miramientos y lo llevaron de un brazo hasta el salón, si permitirle ponerse las pantuflas o arroparse con un chal. Vio a otros que abrían de una patada la puerta del cuarto de Alba y entraban con las metralletas en la mano, vio a su nieta completamente vestida, pálida pero serena, aguardándolos de pie, los vio sacarla a empujones y llevarla encañonada hasta el salón, donde le ordenaron quedarse junto al viejo y no hacer el menor movimiento."
Isabel Allende, La casa de los espíritus.
Plaza Janés Editores, página 420
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