GARCILASO DE LA VEGA
(1501-1536)
Soneto
XIII
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos
se mostraban;
en verdes hojas vi que se
tornaban
los cabellos que el oro
escurecían;
de áspera corteza se
cubrían
los tiernos miembros que
aun bullendo estaban;
los blancos pies en tierra
se hincaban
y en torcidas raíces se
volvían.
Aquel que fue la causa de
tal daño,
a fuerza de llorar, crecer
hacía
este árbol, que con
lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal
tamaño,
que con llorarla crezca
cada día
la causa y la razón por que
lloraba!
Composiciones donde la naturaleza y el amor aparecen
idealizados.
Égloga I: La más lograda en cuanto a la expresión de los afectos más
íntimos. Presenta un diálogo entre dos pastores : Salicio, que se queja de la
infelicidad de Galatea y Nemoroso, que llora la muerte de Elisa. Se cree que
Garcilaso evoca sus vivencias a través de los personajes (boda Isabel Freyre
y su prematura muerte).
Égloga II: De calidad muy inferior. Funde dos temas esenciales: las
desventuras amorosas del pastor Albanio y el elogio épico de la casa de Alba.
Égloga III: La mitología ocupa el primer plano. En un bello paraje a
orillas del Tajo, tres ninfas bordan en sus tapices tragedias de amantes
célebres. La cuarta en cambio representa la muerte de Elisa (Isabel Freyre),
exaltando así su amor a categoría de mito.
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SAN JUAN DE LA
CRUZ
La
noche oscura
En una
noche oscura,
con
ansias en amores inflamada,
(¡oh
dichosa ventura!)
salí
sin ser notada,
estando
ya mi casa sosegada.
5
A
oscuras y segura,
por la
secreta escala disfrazada,
(¡oh
dichosa ventura!)
a
oscuras y en celada,
estando
ya mi casa sosegada.
10
En la
noche dichosa,
en
secreto, que nadie me veía,
ni yo
miraba cosa,
sin
otra luz ni guía
sino la
que en el corazón ardía.
15
Aquésta
me guïaba
más
cierta que la luz del mediodía,
adonde
me esperaba
quien
yo bien me sabía,
en
parte donde nadie parecía.
20
¡Oh
noche que me guiaste!,
¡oh
noche amable más que el alborada!,
¡oh
noche que juntaste
amado
con amada,
amada
en el amado transformada!
25
En mi
pecho florido,
que
entero para él solo se guardaba,
allí
quedó dormido,
y yo le
regalaba,
y el
ventalle de cedros aire daba.
30
El aire
de la almena,
cuando
yo sus cabellos esparcía,
con su
mano serena
en mi cuello
hería,
y todos
mis sentidos suspendía.
35
Quedéme
y olvidéme,
el
rostro recliné sobre el amado,
cesó
todo, y dejéme,
dejando
mi cuidado
entre
las azucenas olvidado.
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