SALAMANCA
Alto
soto de torres que al ponerse
tras
las encinas que el celaje esmaltan
dora
a los rayos de su lumbre el padre
Sol
de Castilla;
bosque
de piedras que arrancó la historia
a
las entrañas de la tierra madre,
remanso
de quietud, yo te bendigo,
¡mi
Salamanca!
Miras
a un lado, allende el Tormes lento,
de tus encinas el follaje pardo
cual
el follaje de tu piedra, inmoble,
denso
y perenne.
Y
de otro lado, por la calva Armuña,
ondea
el trigo, cual tu piedra, de oro,
y
entre los surcos al morir la tarde
duerme
el sosiego.
Duerme
el sosiego, la esperanza duerme
y
es el tranquilo curso de tu vida
como
el crecer de las encinas, lento
lento
y seguro.
De
entre tus piedras seculares,
tumba de remembranzas del ayer glorioso,
de
entre tus piedras recogió mi espíritu
fe,
paz y fuerza. (…)
Oh,
Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron
a amar los estudiantes
mientras
los campos que te ciñen daban
jugosos
frutos.
Del
corazón en las honduras guardo
tu
alma robusta; cuando yo me muera
guarda,
dorada Salamanca mía,
tú
mi recuerdo.
Y
cuando el sol al acostarse encienda
el
oro secular que te recama,
con
tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di
tú que he sido.
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